Cuando llegas a Rotorua lo primero que te llama la atención al bajar del vehículo es el fortísimo olor a azufre. Los conocimientos previos que teníamos de la zona nos hacían pensar que los días que íbamos a pasar en esa ciudad, iban a ser especiales, peculiares y llenos de aventuras.
Los alrededores de Rotorua son, en realidad, un parque natural, conocido por su actividad geotérmica, plagado de lagunas de barro hirviente, de géiseres y piscinas de agua caliente. Toda esta actividad termal proviene de la caldera de Rotorua, sobre la cual se asienta la ciudad.
La actividad volcánica ha configurado un paisaje espectacular en el que grandes lagos provenientes del deshielo de las glaciaciones se muestran ante los ojos de los visitantes como unos de los paisajes más bellos del planeta, a la vez que les permiten realizar numerosas actividades lúdico-deportivas. Por todos esos motivos, Rotorua es uno de los principales centros turísticos del país.
La visita a uno de los centros de interpretación de la cultura maorí, Waimangu, poblado en el que muestran sus ancestrales costumbres, su artesanía y su modo de vida, incluídos los hornos enterrados que cuecen la comida aprovechando esa actividad geotérmica, se completa con la visita a las calderas del diablo y a los famosos géiseres del parque geotermal, cuya explotación el gobierno de Nueva Zelanda ha dejado en sus manos dentro del programa de protección de la cultura maorí.
La fotografía que comparto es, precisamente, de una de las erupciones de los géiseres del parque. Aproximadamente cada 35 minutos, el lodo del subsuelo tapona los conductos, lo que hace que el agua y el vapor de agua emerjan a la superfície con gran violencia, alcanzando la altura de un edificio de tres pisos.
Por cierto, bañarse en las piscinas naturales de agua caliente de Rotorua es un placer y deja la piel como la de un bebé. Os lo aconsejo.