ITERUM
Ya os comenté en otro post que mucho de mi material
fotográfico no es digital. Empecé a hacer fotos cuando eso de la era digital
quedaba todavía muy lejos. Pero no os podeis imaginar el placer de coger las
cajas y los álbumes de fotos en papel e ir pasándolas una a una mientras te
tomas una taza de té caliente.
La foto que comparto hoy es una de esas, y toda una
declaración de intenciones. Amo el mar. Ya está, lo dije. No podría vivir sin
él. Tengo tradición marinera y aprovecho el mínimo tiempo que la vida me regala para
escapar y, simplemente, contemplarlo.
Creo que sólo hay tres cosas que no te cansarías nunca de
contemplar: un bebé en su cuna, el fuego en una chimenea y el mar. El mar
siempre sorprende. Y no sólo porque cambia de un día a otro, de una hora a
otra, de un recodo a otro, sino porque esconde tesoros que cuando los ves por
primera vez te parece que la vida te ha cambiado.
Eso es lo que me ocurrió el día que hice esta foto. Estaba
en el muelle esperando que viniera a recogerme un barco para llevarme a alta
mar. Tenía un objetivo: ver ballenas. Os puedo asegurar que lo cumplí y con
creces.
No os puedo describir la emoción que se siente al ver emerger un gigante
desde el fondo del mar a la superficie y oirlo respirar, mojarte con su sifón y
ver todo su cuerpo transcurrir plácidamente al lado de tu bote. Se te para el
corazón e inmediatamente te invade una sensación de ternura y de complicidad
con la Naturaleza. Otras veces las he podido ver (en Sudáfrica, en Nueva
Zelanda) pero mi primera vez la recuerdo como si fuera hoy.