Una de mis ilusiones desde
pequeña era visitar Angkor. No sé bien porqué, pero estar largas tardes de mi
infancia viendo fotografías de lugares del mundo, me despertó esa vena viajera
que tengo. Todavía me quedan en la mente muchos lugares que quiero visitar,
aunque la situación política de alguno de ellos va a dificultarlo enormemente.
Cuando llegué a Siam Reap tenía
mariposas en el estómago. La perspectiva de ver delante de mis ojos dos de esos
lugares anhelados me tenía francamente nerviosa. Y os puedo asegurar que lo que
ví después se quedaba corto respecto a las expectativas.
Los templos de Angkor estan
declarados patrimonio universal de la Humanidad por la UNESCO y han sido
rescatados de la jungla gracias a diversas actuaciones arqueológicas, principalmente
de los franceses.
Angkor Bat es el más conocido de
todos ellos, pero a mí personalmente me encantó Angkor Thom. Ambos templos se
construyeron dentro de la cosmogonía hindú, dedicados al dios Vishnú, durante
el imperio jemer a finales del siglo XII, aunque más tarde se dedicarían al
Budismo tardío. Precisamente por eso, las torres del templo se hallan coronadas
por la imagen de cuatro Budas sonrientes que miran hacia los cuatro puntos
cardinales en señal de protección.
Todas las paredes del templo albergan
relieves en las que se cuentan la vida de los reyes y escenas cotidianas del
pueblo jemer.
Es tan maravilloso que se te
corta la respiración. La jungla alrededor lo invade todo y apenas unos metros
más allá se extiende ese abismo. El calor es insoportablemente húmedo. Quizás
el día en que más calor he pasado en todos mis viajes.
Pero os lo prometo, palabra de
honor, que vale la pena pasar por todo por ver ese tesoro.
En otros posts compartiré con
vosotros otras fotografias de la jungla invadiendo los templos y podréis ver
los escenarios en los que se rodó Tomb Raider (Lara Croft).