El sitio arqueológico de Palmyra es una de las maravillas más impresionantes que han visto mis ojos. La antigua ciudad nabatea se encuentra situada en mitad del desierto, al lado de un palmeral de más de cinco millones de ejemplares al que debe su nombre, ya que significa ciudad de los árboles de dátil.
Desde la única montaña que hay en los alrededores puede apreciarse la extensión que tuvo la ciudad en sus momentos de esplendor. Queda tanto por excavar que no será nuestra generación ni la siguiente las que tengan la fortuna de conocer todos los tesoros que esconde. Os recomiendo encarecidamente que si visitáis Palmyra alguna vez, no os perdáis la puesta de sol desde esa montaña.
Me siento muy afortunada de haber podido disfrutar de Palmyra antes de la guerra civil que ahora asola al país y que la ha puesto en manos de los furtivos que, a golpe de pico y pala, están arrancando los mosaicos y bajorrelieves para venderlos en el mercado negro.
Tengo una gran pena en mi corazón. Siria es un país precioso, con un Patrimonio cultural extraordinario. Fuente
de culturas y lugar de paso, y por tanto de intercambio cultural,
acogió en sus paisajes, en sus pueblos y ciudades, lo mejor de cada
cultura. Ciudades como Damasco y Alepo, sitios arqueológicos como
Palmyra o Aphamia, castillos como el Crac de los Caballeros, norias
milenarias, teatros romanos como el de Bosra, hammams espléndidos,
bazares coloridos y llenos de gente, comercio, especias.... Ahora nada
es lo mismo.
La fotografia que hoy comparto es del Cardo Máximo de Palmyra, realizada justo al amanecer. Levantarse de noche, caminar por el desierto desde el hotel hasta las ruinas y ver salir el sol entre las columnas y el tetrapilos es una de las experiencias más maravillosas que he disfrutado en mi vida.