Normalmente los sitios arqueológicos son lugares resurgidos del tiempo por medio del efecto de las excavaciones y de los trabajos de restauración de equipos de especialistas. Esta premisa se quiebra del todo en Bosra.
El hecho de que se encuentre en una meseta basáltica y que sus monumentos hayan sido construidos con esa roca negruzca ha mantenido la ciudad en un estado perfecto de conservación.
Desde la antigüedad fue considerada una de las ciudades más importantes. Fué capital de la província romana de Arabia y encrucijada en la ruta caravanera de La Meca.
En la actualidad conserva unas imponentes murallas, un impresionante teatro romano, probablemente junto con el de Aspendos uno de los más bonitos que he visto, y múltiples ruinas nabateas, romanas, bizantinas, así como un grupo importante de mezquitas.
Pero lo que más llama la atención es que la ciudad moderna, de casas bajas y humildes, se encuentra prácticamente fundida con la ciudad antigua y así lo demuestra la cotidianidad.
Entre las ruinas puedes ver cómo los niños juegan cuando vuelven del colegio, tienen su patio de juegos en un ágora, o suben a columnas para poder ver a sus compañeros cuando se esconden. En los callejones estrechos y sinuosos también ves a sus madres que vuelven del mercado con sus bolsas repletas de pan y verduras.
La fotografía que hoy comparto es el retrato de una de las niñas que jugaba en la calle, una calle que no es más que la misma que llevan pisando sus ancestros desde hace miles de años.