Visitar Copenhagen es un regalo para los sentidos. Es una ciudad muy cómoda para pasear, su principal arteria del centro de la ciudad es la larguísima calle peatonal Stroget que va desde la plaza del Ayuntamiento hasta el Nyhavn (Puerto Nuevo), y además porque la mayoría de sus habitantes circulan en bicicleta, lo que hace que el nivel de tráfico y ruido sea inferior al de la mayoría de ciudades europeas. Y eso, cuando vas de turista-peatón, se agradece enormemente.
Pero no sólo el centro es un lugar amable y apacible en el que poder pasear tranquilamente. Los muelles del puerto ofrecen un largo recorrido con infinidad de posibilidades de diversión y reposo. El teatro de la ópera, el palacio de Amalienborg, el Kastellet y la Sirenita, sólo son alguno de los más conocidos reclamos de esa zona.
Al final de Amaliegade, apenas a media hora andando desde el centro de la ciudad, se encuentra un tranquilo parque, con una naturaleza casi intacta y unas vistas al mar impresionantes, que alberga una de las curiosidades de Copenhagen: La Iglesia de San Alban, primer mártir de la iglesia anglicana, que los locales llaman simplemente la Iglesia del inglés.
Se trata de un templo, tan simple como hermoso, construido a finales del siglo XIX por la comunidad anglicana, cada vez más numerosa, que se asentó en Copenhagen para realizar negocios con los paises del Norte.
Al lado mismo del templo hay una colosal fuente dedicada a Gefion y Langeline. Es el monumento más grande de toda la ciudad y representa a diversos animales mitológicos de gran tamaño sobre los que se erige la diosa Gefion guiando un carro tirado por cuatro toros.
Y ya os podéis imaginar que decir fuente, en cualquier lugar del mundo, significa automáticamente que se convierta en pozo de los deseos. Así que, está llena de monedas que los turistas lanzan para ver cumplidos los suyos.