Barcelona es una de las ciudades más bonitas que conozco. Tiene todo el encanto de las grandes urbes y, sin embargo, es una ciudad muy fácil de visitar para los foráneos. Su disposición en cuadrícula perfecta atravesada por dos diagonales (La Diagonal y la Meridiana) y la orientación mar-montaña obran el milagro.
Toda la ruta del modernismo, Gaudí al frente, es tan maravillosa que personas de todos los rincones del planeta hacen miles de kilómetros para verla en persona. Pero Barcelona no es solamente eso. Su fachada marítima, el barrio gótico, sus catedrales, sus museos y fundaciones y ese clima envidiable, la hacen un destino turístico de primer orden, y la afluencia de turistas todo el año no hace más que corroborar lo que os cuento.
Soy tan afortunada que tengo Barcelona a tiro de piedra y aprovecho cualquier ocasión para pasear por ella, empaparme de esa pátina urbanita que tanto añoro por vivir en una ciudad pequeña, además de darme una alegría al espíritu acudiendo a escuchar algún concierto o una ópera.
La fotografía que hoy comparto es precisamente del Gran Teatre del Liceu, el teatro de la ópera de Barcelona. Se trata de las pinturas del techo del Saló dels Miralls (Salón de los Espejos), histórico salón que recuperó su esplendor tras la restauración que siguió al terrible incendio de hace ahora justo quince años. Las pinturas son alegóricas y representan al dios Apolo en su trono con nueve musas. El friso está ocupado por retratos de literatos, compositores, cantantes, bailarines, en resumen, personajes vinculados con el mundo de la ópera.