lunes, 2 de marzo de 2015

SON LAS FOTOGRAFÍAS DE MIS VIAJES. Petra. Jordania.

Salir del hotel a primeras horas de la mañana y dirigirme hacia el desfiladero (Siq) más famoso del mundo es una sensación que nunca olvidaré.
Tenía tantas ganas de visitar Petra que la noche anterior apenas pude dormir. A medida que íbamos avanzando hacia el desfiladero nos cruzábamos con otras personas y en la mirada llevábamos todos la complicidad de la ilusión contenida de llegar a un lugar lleno de misticismo.
Cuando llegas a la boca del desfiladero respiras hondo y vas adentrándote en ese camino sinuoso y serpenteante, entre muros de más de ciento cincuenta metros de alto que apenas dejan pasar los rayos de sol. Si en algún momento éstos llegan al suelo, el espectáculo de la piedra rosada se manifiesta ante tus ojos.
A medida que avanzas vas descubriendo pequeños tesoros: hornacinas con pequeños altares, surcos por los que discurría el agua canalizada hasta la ciudad, cámaras para los guardias de defensa y hasta bajorrelieves esculpidos en las paredes. Y lo vas descubriendo sola, a pesar de que hay miles de turistas. El camino es tan sinuoso que, en ocasiones, cada recoveco te deja aislada del resto y parece que en el mundo sólo existas tú.
Y el silencio. También el silencio. El suelo cubierto de ese polvo rosado que lo invade todo, con esa textura de talco, que amortigua incluso tus pisadas y te sientes una afortunada. 
Al final de ese maravilloso y mágico peregrinaje, entre una de las rendijas que dejan entrever los altísimos muros, aparece el Tesoro, la imagen que hoy comparto con vosotros y que es el monumento más famoso de la antigua ciudad capital de los Nabateos.
Y el viaje iniciático no ha hecho más que empezar...