Cuando imaginas los viajes que te gustaría hacer alguna vez en la vida y en los monumentos o paisajes naturales que te gustaría ver, hay algunos que se repiten de forma sistemática: las cataratas del Niágara, la Gran Barrera de Coral, el Taj Mahal, la Gran Muralla, los fiordos noruegos, la Sagrada Familia, el Himalaya, Macchu Picchu, el Vaticano, el Louvre, los guerreros de Xian,... Entre estos "must it" está, sin duda, la Plaza Roja de Moscú.
Me gustaría contar lo contrario, pero me decepcionó. Las autoridades locales se han empeñado en utilizar este emblemático lugar, epicentro turístico de Moscú, para realizar actividades deportivas, conciertos de rock, etc. y para ello tienen montadas, ocupando toda la superficie de la plaza durante todo el verano, estructuras metálicas que soportan gradas hasta una altura de unos tres pisos. Este año, desde junio a septiembre se han celebrado diversos espectáculos y demostraciones ecuestres. Incluso los moscovitas creen que hay muchos otros lugares céntricos en la ciudad para realizar estos eventos y dejar ese emblema de Moscú para gusto y disfrute de los locales y los foráneos.
Pero a pesar de esa primera decepción, en la Plaza pude disfrutar de una joya: la Catedral de Nuestra Señora de Kazán, una pequeña iglesia situada en una de las entradas, que ha sobrevivido, tras diversas reconstrucciones, a las barbaries de su propia historia. Al poco tiempo de su construcción presa de un incendio, reconstruida en época zarista, la volvieron a destruir los bolcheviques llegándola a utilizar como establo, hasta que ya en época de la Perestroika se volvió a levantar como el Ave Fénix de sus propias cenizas.
Es una iglesia maravillosa, con mosaicos y pinturas en sus muros y un iconostasio espectacular, en la que se estaba realizando un oficio religioso acompañado de un coro de voces magníficas. Fue mi primer contacto con la iglesia ortodoxa rusa y sus ritos. Os puedo asegurar que me emocionó.