Cualquier
país en el que el rey sea la figura principal del Estado cuenta con palacios espectaculares. Thailandia no iba a ser la excepción. Con una
monarquía establecida desde el siglo XIII, varias han sido las dinastías que
han ocupado el trono del antiguo reino de Siam hasta la actualidad.
La
residencia oficial de la monarquía thai es el Gran Palacio de Bangkok, aunque
de vez en cuando el rey se escapa al Palacio
Lejos de Preocupaciones, en la ciudad balneario de Hua Hin. Pero no sólo
dispone de este palacio para su descanso. Para alejarse de las agobiantes
temperaturas de Bangkok durante los meses de verano, sus antecesores hicieron
construir el Palacio de Verano, cerca
de la ciudad de Ayutthaya, a orillas de mismo río que baña la capital. El
actual monarca y su familia usan el lugar de manera muy ocasional, motivo por
el cual gran parte del palacio está abierto a los visitantes.
El complejo
cuenta con enormes jardines, un palacio real construido al estilo chino, una
sala de trono en la que los reyes reciben a los visitantes, la residencia
real y dos curiosidades: la primera que me llamó poderosamente la atención es
un faro, que lejos de tener la función de vigía en el mar a la que estamos
acostumbrados, servía como torre de avistamiento, y la segunda un precioso pabellón
construido en el centro del lago para aprovechar el frescor que brinda el agua
en las noches de verano y al que únicamente se puede acceder en barca. Por cierto, el estanque está plagado de enormes
peces que con apetito voraz acuden a los pies de los visitantes en espera de
que les lancen alimento. Daba un poco de miedo ver tal concentración, además de
alguna serpiente de agua, así que aunque hubiera podido ir hasta el pabellón en
barca, me lo hubiera pensado dos veces.
Visitamos
Thailandia a finales de un mes de septiembre y os garantizo que el calor era
sofocante, más que por la elevada temperatura, que también, por los niveles
extremos de humedad. Esa humedad que hace que parezca que estés en un baño de
vapor y que deriva, ineludiblemente, en las poderosas tormentas que día sí, día
también, caen a cada rato. Así es que no es de extrañar que los poderosos huyan
de estas temperaturas para disfrutar de mejores condiciones climatológicas, ya
que la diferencia entre la capital y el recinto palaciego era sustancial.