Uno de mis primeros viajes al extranjero fue a Egipto y me alegro de haberlo podido realizar entonces, puesto que la situación ahora es tan conflictiva que no tendría la misma sensación de seguridad, a pesar de algún episodio un poco “aventurero” que tuvimos dirigiéndonos al Templo de Déndera y que os contaré en otro post.
En mis clases en la Facultad diversos profesores me habían inoculado, despacito y de forma inconsciente, el veneno de visitar ese país. Sus explicaciones sobre las construcciones más colosales como las pirámides, obeliscos, templos, esfinges, speos o sobre las menos, mastabas y viviendas cotidianas, me tenían tan absorta que no podía imaginar que algún día llegaría a verlas con mis propios ojos.
Cuesta mucho imaginar en clase (aunque tengas material audiovisual a tu alcance, por supuesto no el mismo del que disponen los jóvenes de hoy) cómo es en realidad una pirámide, su tamaño, sus bloques, el entorno en el que se ha construido. Quería verlas, tocarlas, sentir ese halo de magia que desprenden en los libros y en los documentales.
Llegamos a El Cairo una tarde cuando el sol todavía estaba alto, pero invertimos más de tres horas en realizar el trayecto de apenas 30 kilómetros entre el aeropuerto y el hotel. El Cairo era, entonces, una de las ciudades más caóticas del mundo en lo que al tráfico se refiere. Vi situaciones insólitas en cualquier otro lugar del mundo que espero contaros en el futuro.
Una de mis condiciones al organizar el viaje fue que el hotel de alojamiento estuviera cercano a la Necrópolis de Gizá. Me moría por vivir ese momento mágico en el que el sol aleja las tinieblas y sus primeros rayos impactan en las tres grandes pirámides para hacerlas emerger entre la oscuridad. Un capricho, vamos.
Llegar al hotel, ya caída la noche, me dejó un poco decepcionada porque quería ver las pirámides a toda costa. Salimos al jardín cuando nos dirigíamos al restaurante para ir a cenar y pregunté, a la primera persona del servicio del hotel con la que me crucé, en qué dirección se encontraba la Gran Pirámide. Un mozo muy amable se quedó mirándome con cara perpleja como si le estuviera haciendo una pregunta carente de sentido. Con sus ojos grandes y negros se dio la vuelta, señaló y me dijo: “¡Aquí, Madame!”. Todo estaba negro no se veía absolutamente nada. Intentaba agudizar mi vista para alcanzar el horizonte y ver, de la forma que fuera, la pirámide a lo lejos.
El chico me miraba como si no entendiera lo que estaba pasando. Le dije: “No veo nada”. Me cogió la barbilla con sumo cuidado, me levantó la vista hacia el cielo y… la gran mole de piedra estaba ahí, frente a mí, tan cerca que parecía que se me echaba encima. Se dibujaba en la penumbra gracias a que la piedra tomaba un tono grisáceo más claro que el negro cielo plagado de estrellas que le servía de fondo. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida y un recuerdo que me acompañará siempre.
¡Desde luego que debió ser una experiencia casi mística!!
ResponderEliminarSaludos.
Se me encogió el corazón, de veras, Teresa.
EliminarGracias por tu comentario.
Feliz tarde, guapísima.
También fue uno de los primeros viajes y me parecía estar en un sueño. Últimamente he viajado un par de veces más a El Cairo por motivos laborales pero siempre paso a ver las pirámides y a saludar a la Esfinge.
ResponderEliminarUn abrazo
Un viaje estupendo. Uno de los más asombrosos por haber conocido la Historia de Egipto y poder verla in situ.
EliminarGracias por tu comentario.
Feliz tarde, Teresa
Los momentos así de especiales no se olvidan nunca por muchos años que transcurran. Son irrepetibles. ¿Apareces tú en la foto o la chica con bermudas rojos es otra turista?
ResponderEliminarMe pillaste. Soy yo con muchos años menos, nada más y nada menos que 20. O sea, que la foto no es mía, es de mi marido.
EliminarBuen ojo, amiga!
¡Qué envidia, Elisenda!
ResponderEliminarLo cierto es que estoy segura de que no moriré hasta que no haya viajado a Egipto y haya experimentado esa sensación que a ti debió embargarte. Es otro de mis sueños: quizá es que tengo demasiados.
Un placer. Besos.
Nunca los sueños son demasiados. Seguro que algún día podrás hacerlos realidad.
EliminarUn beso, princesa.
¡¡Un recuerdo precioso, sin duda!! Debió impresionarte muchísimo. Querías conocer de cerca la majestuosidad de las pirámides y lo hiciste. Genial.
ResponderEliminarMe ha encantado tu post, Elisenda. Mil besos
Muchas gracias querida Chari. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarAdmirando tus relatos, como los admiro, es un piropo.
Un beso, Chari.