viernes, 25 de marzo de 2016

SON LAS FOTOGRAFÍAS DE MIS VIAJES. Chiang Mai. Thailandia.

Resulta prácticamente imposible viajar a Thailandia y no visitar sus templos. Los encuentras por doquier, tanto en las propias ciudades como alejados de ellas, a modo de monasterios. Son lugares en los que los thailandeses te acogen sin ningún tipo de reparo, ya que para ellos la visita de un extranjero no supone ningún problema.
Se trata de lugares acogedores, silenciosos, en ocasiones, y en otras sumamente bulliciosos, en los que los monjes budistas, con sus túnicas color azafrán, recitan sus mantras de forma constante y reciben los obsequios de los feligreses de los cuales viven y se alimentan. 
Ser monje no es una condición vitalicia, al menos para la mayoría de los hombres tailandeses que, por lo menos, una vez durante su vida, toman los hábitos y comparten con las comunidades la vida monástica durante tres meses. Esta circunstancia, que apoya toda la familia, es uno de los principales motivos de orgullo para un tailandés.
Una de las fiestas más celebradas es la Pascua Budista. Tuvimos la suerte de poder celebrarla en un monasterio cerca de Chiang Mai y fue una de las experiencias más divertidas de nuestros viajes. En el monasterio, a primera hora de la mañana, colas de feligreses llevaban sus ofrendas para el templo y para manutención de la comunidad de monjes. Por ser un día muy especial de fiesta, muchas señoras cargaban unos cuencos de plata profusamente labrados, forrados de tela de terciopelo, llenos de comida y algún que otro paquete de tabaco. Arroz cocido en unos recipientes de bambú con tapa, una especie de paquetitos de hojas de bambú rellenos de carne, pollo en salsa, dulces, caramelos y algún pastelillo de arroz eran algunas de las ofrendas al templo. 
Ya sabéis cuánto me gusta integrarme en el país y participar de sus tradiciones. Enseguida entablé comunicación con las señoras tailandesas y me cedieron uno de los boles de plata para que pudiera realizar mi ofrenda en el templo con ellas. Ya os podéis imaginar, todo entre risas, curiosidad mútua y sin posibilidad de comunicación verbal, ya que ninguna de ellas hablaba otro idioma que el suyo propio, totalmente desconocido para mí.
Después de la ofrenda, que se depositaba en unas mesas situadas contra las paredes del templo, nos sentamos en el suelo, en alfombras, mientras los monjes rezaban sus oraciones en la parte frontal. Formamos tal algarabía, con nuestra risas y conversaciones, que uno de los monjes tuvo que venir a llamarnos la atención, pero no de una forma agresiva, todo lo contrario, con una sonrisa en la boca, con esa sonrisa que es el símbolo de Thailandia.
Después de la celebración tuve la fortuna de poder participar en el reparto de comida a la comunidad budista. Cada monje con su cuenco pasaba por las mesas de ofrendas y les servíamos su almuerzo en un humilde cuenco y una taza metálicos. Su sonrisa de gratitud era un bálsamo para el espíritu. Una experiencia mística.

jueves, 10 de marzo de 2016

SON LAS FOTOGRAFIAS DE MIS VIAJES. Praga. República Checa

Nunca antes de nuestro viaje a Praga y Budapest había salido con mi marido al extranjero. Fue nuestro bautizo de viajes por Europa y por el mundo. Aquel primer viaje era, en realidad, una prueba de fuego puesto que no haber hecho antes ninguna otra salida de este tipo, nos enfrentaba a la posibilidad de acabar por no viajar nunca más o porque nos entrase el gusanillo y no parásemos en la vida. Y así ha sido. No hemos parado ni tenemos previsto parar.
Elegimos Praga por referencias de amigos y familiares que ya la habían visitado y, verdaderamente, no nos decepcionó. Creo que es una ciudad con mucho encanto. La Ciudad Vieja, el Castillo y el famoso Callejón del Oro con sus preciosas y minúsculas casitas, entre la que se encuentra la de Kafka, ahora convertidas en comercios de artesanía y galerías de arte; el Puente de Carlos, la Torre de la Pólvora, el barrio judío, con su sinagoga y su famoso cementerio, el reloj astronómico en la plaza Wenceslao, todo se configura como un maravilloso mosaico que se ofrece al visitante para satisfacer cualquier gusto.
Personalmente hubo dos elementos que me conquistaron: el primero, el ambiente en la calle, los músicos tocando en cada esquina, los niños disfrutando de la música y los mayores bailando a su son. El segundo, las marionetas. Adoro los seres inanimados que, por arte de magia, cobran vida y pueden comunicar sentimientos y me parecen extraordinarias las personas que mediante hilos y una percha son capaces de hacer vivir a un muñeco. 
Los que habéis visitado Praga sabéis de qué os hablo. Tiendas y más tiendas del techo de las cuales cuelgan los más variopintos personajes, algunos famosos, otros de la vida cotidiana, para deleite de pequeños y mayores. Ni que decir tiene que esta tradición artesana tiene su manifestación artística en el Teatro Negro y de Marionetas que ofrece funciones cada día.
Como amante de la música que soy, ya os podéis imaginar que no pude resistir la tentación de llevarme a Mozart a casa.

lunes, 7 de marzo de 2016

SON LAS FOTOGRAFIAS DE MIS VIAJES. El Cairo. Egipto

Uno de mis primeros viajes al extranjero fue a Egipto y me alegro de haberlo podido realizar entonces, puesto que la situación ahora es tan conflictiva que no tendría la misma sensación de seguridad, a pesar de algún episodio un poco “aventurero” que tuvimos dirigiéndonos al Templo de Déndera y que os contaré en otro post.
En mis clases en la Facultad diversos profesores me habían inoculado, despacito y de forma inconsciente, el veneno de visitar ese país. Sus explicaciones sobre las construcciones más colosales como las pirámides, obeliscos, templos, esfinges, speos o sobre las menos, mastabas y viviendas cotidianas, me tenían tan absorta que no podía imaginar que algún día llegaría a verlas con mis propios ojos.
Cuesta mucho imaginar en clase (aunque tengas material audiovisual a tu alcance, por supuesto no el mismo del que disponen los jóvenes de hoy) cómo es en realidad una pirámide, su tamaño, sus bloques, el entorno en el que se ha construido. Quería verlas, tocarlas, sentir ese halo de magia que desprenden en los libros y en los documentales.
Llegamos a El Cairo una tarde cuando el sol todavía estaba alto, pero invertimos más de tres horas en realizar el trayecto de apenas 30 kilómetros entre el aeropuerto y el hotel. El Cairo era, entonces, una de las ciudades más caóticas del mundo en lo que al tráfico se refiere. Vi situaciones insólitas en cualquier otro lugar del mundo que espero contaros en el futuro. 
Una de mis condiciones al organizar el viaje fue que el hotel de alojamiento estuviera cercano a la Necrópolis de Gizá. Me moría por vivir ese momento mágico en el que el sol aleja las tinieblas y sus primeros rayos impactan en las tres grandes pirámides para hacerlas emerger entre la oscuridad. Un capricho, vamos.
Llegar al hotel, ya caída la noche, me dejó un poco decepcionada porque quería ver las pirámides a toda costa. Salimos al jardín cuando nos dirigíamos al restaurante para ir a cenar y pregunté, a la primera persona del servicio del hotel con la que me crucé, en qué dirección se encontraba la Gran Pirámide. Un mozo muy amable se quedó mirándome con cara perpleja como si le estuviera haciendo una pregunta carente de sentido. Con sus ojos grandes y negros se dio la vuelta, señaló y me dijo: “¡Aquí, Madame!”. Todo estaba negro no se veía absolutamente nada. Intentaba agudizar mi vista para alcanzar el horizonte y ver, de la forma que fuera, la pirámide a lo lejos. 
El chico me miraba como si no entendiera lo que estaba pasando. Le dije: “No veo nada”. Me cogió la barbilla con sumo cuidado, me levantó la vista hacia el cielo y… la gran mole de piedra estaba ahí, frente a mí, tan cerca que parecía que se me echaba encima. Se dibujaba en la penumbra gracias a que la piedra tomaba un tono grisáceo más claro que el negro cielo plagado de estrellas que le servía de fondo. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida y un recuerdo que me acompañará siempre.

miércoles, 2 de marzo de 2016

SON LAS FOTOGRAFIAS DE MIS VIAJES. Monte Albán. México.

Uno de los viajes de los que tengo menos publicaciones es México, y no es precisamente porque ese país no tenga interés para mí, todo lo contrario. El motivo es que todo el reportaje fotográfico que realicé está hecho en papel, puesto que lo visité cuando no teníamos ni tan siquiera idea de que las cámaras dejarían de tener carrete y que para ver el resultado debías esperar unos días hasta que fuera revelado.
Una de las ciudades que me fascinó fue Oaxaca. Tengo maravillosos recuerdos de su cultura, la calidez de sus habitantes, su arquitectura colonial y sus tradiciones. Ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987, alberga tesoros artísticos en su museo y en sus edificios barrocos. Me sorprendió, y mucho, el recorrido pedagógico del museo además del imponente edificio en el que se encuentra. Muchísimos escolares realizaban la visita y aprendían la historia de la ciudad y de las civilizaciones precolombinas, en un ambiente interactivo, con unos recursos tecnológicos que en ningún museo de nuestro país había visto anteriormente. 
Apenas a unos kilómetros de Oaxaca se encuentra el yacimiento arqueológico de Monte Albán cuyos orígenes se remontan al siglo VI. En un estado de conservación magnífico permite recrear en tu imaginación la vida cotidiana de sus gentes, en sus calles, sus templos y sus recintos religiosos.
Especialmente hermoso es el juego de pelota. A mitad de camino entre juego y ritual, los pueblos precolombinos practicaban este deporte, tanto en las fiestas de la comunidad como en la vida cotidiana. Muchos son los estudiosos que han dedicado su tiempo a descifrar el significado y las reglas de este juego, cuya interpretación varía de una comunidad a otra o de una región de México a otra de Guatemala. Se cree que se jugaba tratando de no dejar caer la pelota al suelo, ya que era el simbolismo del sol, el dios supremo, incorporándose más tarde un aro de piedra por el que se podía pasar la pelota para ganar el partido de forma inmediata o sumar puntos. Tampoco está muy claro cuál era el destino del ganador y el perdedor, pero conociendo a esos pueblos tan amantes de los sacrificios a los dioses, la hipótesis más barajada es que alguno de ellos acabase siendo la víctima ofrecida en su honor. 
Nada que ver con los Messi, Cristiano Ronaldo o Müller actuales que, si no ganan, los que se llevan el disgusto son los demás.