lunes, 11 de enero de 2016

SON LAS FOTOGRAFIAS DE MIS VIAJES. Tashkent. Uzbekistán

Uno de los aspectos fundamentales para conocer un país, una comunidad, un pueblo, en definitiva una cultura, es su gastronomía. Ultimamente muchos son los programas televisivos, documentales y otros formatos que tienen como punto central la exploración de los aspectos vinculados a los sabores, a las formas de cocción, a las especies utilizadas y a las materias primas. 
Cuando viajas, esta exploración es acelerada. Tienes una inmersión inmediata en la realidad. En cuanto aterrizas en un país extraño, o incluso antes de marchar hacia él, una de las máximas preocupaciones, junto con las sanitarias y las de seguridad, es saber cual es la dieta habitual del país, cuales son los alimentos que se consumen, cómo se guisan y si tendrás dificultades en asimilar esa dieta. 
Cuando empiezo a planificar el viaje y tomamos la decisión sobre el destino al cual vamos a dirigirnos, la pregunta automática de mi marido es ¿Hay patatas fritas? ¿Hay arroz blanco? ¿Hay huevos?. Si a dos de las tres preguntas le respondo SI, el destino queda aprobado por unanimidad. 
Pero si hay un elemento diferenciador en el mundo gastronómico es el pan. Cada rincón de este planeta tiene una forma distinta de hacer esta mezcla de harina y agua. Unos con levadura, otros sin ella, unos en barra, otros en panecillos, otros como tortas... Los he visto de cualquier forma y realizados por hombres, por mujeres o por niños.
Uno de los más decorados es el pan de Uzbekistán. Se trata de un pan cuyo centro se aplasta mediante unos troqueles de clavos con formas geométricas o florales. Se vende en la calle y en los mercados, se realiza en las casas particulares y en hornos comunitarios, y está riquísimo.