En todos mis
posts sobre Nueva Zelanda he puesto de manifiesto mi absoluta rendición frente
al espectáculo que ofrece el medio ambiente en esos lares. Ninguna otra parte
del mundo, incluida Canadá, muestra una naturaleza tan pura, primigenia.
Uno de los
lugares que más sorprende, si es que algo puede llegar a sorprender más que el
conjunto, es Rotorúa. Desde que pones los pies en la ciudad intuyes que algo desconocido
está frente a ti, oculto pero latente, puesto que el olor a azufre es
intensísimo. Al principio es un poco desagradable, pero en cuanto te
acostumbras ni lo percibes.
Rotorúa es
un centro geotermal de primera magnitud, uno de los más activos del mundo. Sus
aguas termales, su actividad volcánica y sus calderas son famosas entre los
neozelandeses, pero también entre los extranjeros, desde tiempos
inmemoriales. Ya los antiguos pobladores maoríes conocían de las virtudes de
ese fenómeno y lo utilizaron como energía y como fuente de salud.
Visitar el
parque geotermal es una experiencia única. Se trata de una zona volcánica de
gran extensión por la que se puede pasear libremente por caminos marcados. En
cada punto de interés encuentras carteles que explican el lugar en el que te
encuentras. Lagunas de colores inverosímiles, aguas humeantes, barros que burbujean a tus
pies, chimeneas por las que sale humo de forma continua o intermitente, y como
colofón los géiseres de vapor de agua, de los que ya os hablaré en otro post.
Son diversas
las actividades que puedes realizar en Rotorúa, a orillas del magnífico Segundo
Lago (en maorí Te
Rotorua-nui-a-Kahumatamomoe), parasailing, zorbing, senderismo, piragüismo,
puenting, … y para los más tranquilos, entre los que me incluyo, un baño de
barro y de vapor en las aguas calientes y sulfurosas de las múltiples piscinas
que varios centros termales ofrecen a los visitantes. La piel te queda como la
de un bebé, os lo aseguro.
La
fotografía que comparto corresponde a la Caldera del Diablo, en el parque
volcánico. Un lugar en el que no puedes ni acercarte al agua porque el lago
está a más de cien grados de temperatura, pero que muestra, en las rocas
circundantes, un maravilloso caleidoscopio de colores de los minerales
depositados a lo largo de los siglos. Sólo hay dos lugares en el mundo en los
que los colores de las rocas me impresionaron de igual forma: los techos de las construcciones excavadas de ciudad de Petra
y los suelos de la Caldera del Diablo. Tan lejos unos de otros y tan espectaculares
los dos.