Cuando hace
unos años (¡Cómo pasa el tiempo!) decidimos visitar Siria y Jordania nada hacía
presagiar que la situación en la zona acabaría en la catástrofe humanitaria que
estamos viviendo en nuestros días. Ya os conté en otros posts sobre Siria mi
completa fascinación por ese país, por su Patrimonio cultural y por sus gentes.
Desgraciadamente ahora es una nación asolada por la violencia y una población
agonizante en manos de bárbaros sin respeto por nada. Por suerte, Jordania está,
hasta el momento, libre de esa violencia y sus habitantes pueden vivir en paz.
Me siento
profundamente afortunada de haber visto las maravillas que Siria ofrecía a sus
visitantes y lloro cuando veo en las noticias, o en fotografías que circulan
por las redes sociales, el estado en el que está el país y sus gentes. Es
lamentable que los fanatismos lleven a las personas a esos estados de barbarie,
aunque cada vez más me inclino por pensar que la religión es sólo el pretexto y
en el fondo residen los intereses mafiosos de sus líderes.
La
diferencia entre Siria y Jordania ya se percibía en la misma frontera. Era como
una iniciación, un rito de paso que te llevaba desde el mundo occidental
(Jordania) a Oriente (Siria). Recuerdo perfectamente a nuestro guía,
esperándonos en la frontera, frente a un edificio de adobe con el techo de
paja, durmiendo con los pies apoyados en la barandilla, igual que un vaquero en
el Oeste. Palestino de nacimiento, refugiado en Siria, nos tocó el corazón a
todos durante nuestro viaje. Ha sido, sin dudarlo, uno de los mejores guías que
hemos tenido en la vida, culto, amante del país que le había acogido,
hospitalario hasta extremos insospechados, cuidadoso de sus clientes... Un
recuerdo para nuestro hermano Alí.
Pero hoy no
os vengo a hablar de Siria, sino de Jordania. Concretamente de una ciudad
histórica, maravillosa, espléndidamente conservada, la Pompeya de Oriente, Jerash. El Imperio Romano dejó en ella espléndidas
construcciones: un foro oval con una espectacular columnata de la cual parte el
Cardo Máximo, en el que todavía se conservan en su cruce con el Decumano, los
vestigios de comercios y tabernas de la ciudad, sus pórticos de entrada, entre
los que destaca el de Adriano, el hipódromo, dos teatros con una sonoridad
excelente, tres iglesias que se levantaron en los primeros años de la
cristiandad y una catedral.
Salir del
lado sur, pasear por el Cardo Máximo, levantar los ojos y ver la altura de las
columnas que lo delimitan y los capiteles que las coronan, los frisos y los
bajorrelieves, contemplar las perfectas losas del suelo y deambular sin prisas hasta
llegar al magnífico Foro oval, es un placer que justifica que a Jerash se la
considere la segunda joya arquitectónica de Oriente tras Petra.