Uno de los
tesoros con los que cuenta Bélgica y que muestra orgullosa a los visitantes es
el chocolate. Si sois amantes de ese manjar, como es mi caso, Bruselas se
convertirá para vosotros en un santuario, un lugar de peregrinación obligada en
el que disfrutar de ese placer.
Numerosas son las chocolaterías, se cuentan por miles, en las que se pueden degustar las maravillosas especialidades realizadas con chocolate o asistir a demostraciones sobre su fabricación y procesado. No en vano sólo en Bélgica se producen 175 mil toneladas cada año, una cifra que, atendiendo a las dimensiones del país es desorbitada, aunque por tradición los belgas sean grandes consumidores de chocolate, con más de 8 kilos por persona. El resto, evidentemente, se destina a la exportación al mundo entero.
Los chocolates belgas tienen fama internacional, debido fundamentalmente a la pasión por conservar la calidad del producto mostrada generación tras generación, hecho que se demuestra por la negativa de aplicar una Directiva Europea que permite añadir una parte de grasa vegetal ajena al cacao para disminuir costes en la producción, continuando con la receta clásica que únicamente contiene manteca de cacao.
Famosas chocolaterías se encuentran cerca de la Grande Place o de la zona del Manneken Pis, entre las que destacan Neuhaus, cuyo antepasado Jean creó el primer praliné y el primer bombón, Marcolini, Godiva o Darcis en su versión más tradicional, y otras más novedosas como Zaabär y Planète Chocolat.
Me llamó poderosamente la atención la gran variedad de chocolates, con los más diversos ingredientes, dulces y salados, picantes y amargos, elaborados en grandes placas que se parten según el trozo que deseas mediante martillos de madera. Sólo resta pasar por caja, salir a la calle y empezar a degustarlo con pasión.
Nota: Ya os comenté en otro post que sólo tengo una fotografía propia de mi viaje a Bruselas. La que hoy comparto es de uno de mis amigos, afamado fotógrafo, magnífico instagramer y mejor persona.
https://www.facebook.com/angel.diazgallisa.
Gràcies, Angel!
Numerosas son las chocolaterías, se cuentan por miles, en las que se pueden degustar las maravillosas especialidades realizadas con chocolate o asistir a demostraciones sobre su fabricación y procesado. No en vano sólo en Bélgica se producen 175 mil toneladas cada año, una cifra que, atendiendo a las dimensiones del país es desorbitada, aunque por tradición los belgas sean grandes consumidores de chocolate, con más de 8 kilos por persona. El resto, evidentemente, se destina a la exportación al mundo entero.
Los chocolates belgas tienen fama internacional, debido fundamentalmente a la pasión por conservar la calidad del producto mostrada generación tras generación, hecho que se demuestra por la negativa de aplicar una Directiva Europea que permite añadir una parte de grasa vegetal ajena al cacao para disminuir costes en la producción, continuando con la receta clásica que únicamente contiene manteca de cacao.
Famosas chocolaterías se encuentran cerca de la Grande Place o de la zona del Manneken Pis, entre las que destacan Neuhaus, cuyo antepasado Jean creó el primer praliné y el primer bombón, Marcolini, Godiva o Darcis en su versión más tradicional, y otras más novedosas como Zaabär y Planète Chocolat.
Me llamó poderosamente la atención la gran variedad de chocolates, con los más diversos ingredientes, dulces y salados, picantes y amargos, elaborados en grandes placas que se parten según el trozo que deseas mediante martillos de madera. Sólo resta pasar por caja, salir a la calle y empezar a degustarlo con pasión.
Nota: Ya os comenté en otro post que sólo tengo una fotografía propia de mi viaje a Bruselas. La que hoy comparto es de uno de mis amigos, afamado fotógrafo, magnífico instagramer y mejor persona.
https://www.facebook.com/angel.diazgallisa.
Gràcies, Angel!
Foto: Angel Diaz |